Read in English here
El 19 y 20 de diciembre representan días complicados en la historia argentina. Una grave crisis generalizada en la república sudamericana provocó la movilización de miles de personas en todo el país que, hartos de los programas neoliberales impuestos en un país cada vez más empobrecido, reclamaron de forma unánime “Que se vayan todos”, es decir, que renuncie todo el sistema político que había conducido a la sociedad al borde del abismo.
Todo se desató el 2 de diciembre de 2001, cuando el gobierno estableció que se restringa el retiro de dinero de los bancos, lo cual causó desesperación y angustia entre los más pobres y la clase media, que vio “secuestrado” su dinero para salvaguardar los intereses económicos de los más ricos. El 13 de diciembre las centrales obreras se movilizaron y declararon la huelga general. Ante los ojos atónitos del mundo, los argentinos que no tenían qué comer porque no podían retirar su dinero de los bancos, saquearon los supermercados en varias ciudades de Argentina.
Como si se tratara de una olla de presión que revienta por tanto calor, el 19 de diciembre el dolor y la desesperación se transformaron en una lucha colectiva de enormes proporciones. Fernando de la Rúa, entonces presidente de la nación, estableció el Estado de emergencia, lo cual causó aún más malestar entre las personas. Miles de personas inundaron las calles del país, a lo que el gobierno y varios civiles armados a favor del Ejecutivo respondieron con una dura represión: 39 muertos fue el saldo de la lucha, entre ellos siete adolescentes y siete mujeres. La mayor masacre sucedió en la Plaza de Mayo, en el centro de Buenos Aires, donde cinco personas fueron asesinadas.
La inestabilidad fue tan importante que el entonces presidente, Fernando de la Rúa, renunció a su cargo el 20 de diciembre y huyó en un helicóptero, esperando así que las protestas disminuyesen. Sin embargo, las políticas neoliberales habían causado tanta incertidumbre que el pueblo no se contentó con una renuncia en un papel. Tras la renuncia de De la Rúa, cinco funcionarios asumieron el control del Ejecutivo sin lograr estabilizar a una sociedad harta y molesta.
Las manifestaciones duraron varios meses, demostrando una capacidad de resistencia admirable. Se organizaron las famosas “asambleas populares”, que eran reuniones de ciudadanos y vecinos que discutían los siguientes pasos para continuar con la lucha social y mejorar un sistema político que, a los ojos de la nación, ya no era ni democrático ni participativo.
Por eso mismo, el 19 y 20 de diciembre también representan días esperanzadores en la historia argentina. Miles de personas demostraron la fortaleza de un pueblo que se había negado a continuar soportando medidas económicas, políticas y sociales que iban en contra de sus intereses. Las protestas del 2001 y 2002 inspiraron a varios movimientos políticos y sociales para construir alternativas ciudadanas ante el avance del neoliberalismo y las políticas depredadoras del FMI. Pero también se gestó una sospecha generalizada al propio sistema político que hasta el día de hoy está presente en una buena parte de los argentinos, razón por la cual los discursos antisistema (sean de derecha o de izquierda) tienen mucha repercusión popular.
Sin embargo, muchos han visto en la memoria colectiva y en la lucha histórica del 2001 una inspiración y una fuente de enseñanzas. ALBA Movimientos ha publicado el siguiente mensaje: “El Argentinazo fue el pueblo en su máxima expresión de poder. Piqueteros, trabajadores, estudiantes, organizaciones barriales y asambleas populares demostraron que, cuando la clase trabajadora y los sectores populares se levantan, ningún gobierno al servicio del capital puede sostenerse.
“Hoy, frente al gobierno de Javier Milei, que encarna las políticas más salvajes del neoliberalismo, el desafío histórico es aún mayor: elevar la movilización popular y enfrentar con firmeza el escenario devastador que azota a la Argentina. No hay lugar para la tibieza ni para las medias tintas. Milei y sus aliados buscan arrasar con la soberanía, entregar los recursos estratégicos del país y destruir las conquistas del pueblo trabajador. Es momento de convocar a las bases, de consolidar los sindicatos, movimientos y organizaciones, y de encender la conciencia colectiva. Frente a la desesperación que siembra el imperialismo, el pueblo debe responder con esperanza revolucionaria, con un proyecto de país soberano y verdaderamente popular.”